martes, 22 de mayo de 2007

Presidencialismo y el fantasma de las dictaduras pasadas


A finales en la década de los 80´s, se anunció el fin –con los reparos del caso- de una era marcada por las dictaduras en Suramérica. Se trataba de la llamada “tercera ola de democratización” que finalmente refluía sobre esta parte del mundo. En aquel momento también se despertó cierto interés académico e institucional por la tradición presidencialista y el futuro de la democracia en la región. La pregunta era la siguiente: ¿Será que los regímenes presidencialistas son más proclives a la concentración y abuso del poder, facilitando, de esta manera, las dictaduras? Las respuestas fueron diversas. Sin embargo, las más interesantes resultaron del análisis comparado entre la tradición presidencialista de Suramérica y la tradición parlamentarista europea. La conclusión: el problema no son las tradiciones institucionales en sí, sino su capacidad de para ajustarse y dar respuestas a los retos de sus contextos. Así, siempre está abierta la posibilidad para que un régimen presidencialista llegue tanto a resultados democráticos, como a resultados no democráticos; la clave es analizar el contexto y las repuestas del régimen.

Durante la década de los 90´s, el presidencialismo en la región mostró su capacidad para impulsar grandes reformas. La democracia formal arrancó o se consolidó bajo esta tradición. Paralelamente, de un modelo económico “cerrado” (sustitución de importaciones) se pasó a uno abierto (neoliberalismo). Los cambios en esta materia fueron drásticos, hoy día nadie quiere hacerse responsable de ellos, pero es claro que fueron los respectivos presidentes quienes impulsaron las reformas –bajo una fuerte presión de organismos internacionales -, por encima de los obstáculos que sus parlamentos les impusieran, y aún en contra de cualquier movimiento social. No fue necesario un cambio radical en las instituciones; el mismo modelo presidencialista mostró capacidad para adaptarse a las circunstancias, ser flexible y llegar a un modelo político y económico radicalmente diferente al anterior, en la medida en que el poder en ambos campos se descentralizó.

En la actualidad, presenciamos un nuevo giro, cuyo protagonista, sin lugar a dudas, es el presidente venezolano Hugo Chávez. El caso de Venezuela ilustra cómo, bajo la iniciativa de un presidente, nuevamente se transforma el modelo; esta vez hacia la centralización el poder. Por supuesto, no hay que olvidar el contexto. Existen elementos políticos y económicos que han permitido que el presidente Chávez cumpla su agenda: el descontento de la población con los resultados de las reformas neoliberales y con la política tradicional, le permitieron a un “outsider” ex militar con orientación anti-neoliberal llegar al mando del país por la vía electoral. Los altos precios del petróleo, reflejados en una agresiva política social al interior y de cooperación al exterior, le permiten mantenerse en él.

Bajo el difuso eslogan del “socialismo del siglo XXI”, Chávez cuenta hoy con la capacidad, incluso, de legislar (mediante ley habilitante). Hablar de dictadura sería exagerado, especialmente porque Chávez ha llegado a ese punto sin trasgredir los límites constitucionales de su país. Por el momento me conformo con denominarlo como presidencialismo con bastante sed de concentración del poder.

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