jueves, 8 de marzo de 2007

Mejor, las cartas sobre la mesa


Recientemente, uno de los principales canales de la televisión colombiana difundió un video en el que se observa la asistencia del embajador de Venezuela en Colombia a una reunión, realizada el 13 de febrero en la ciudad de Armenia, en la que algunos asistentes gritaros consignas contra el presidente colombiano Álvaro Uribe Vélez. Las imágenes se acompañaron con declaraciones del funcionario venezolano, en las que se pronunciaba sobre uno de los partidos tradicionales de la política colombiana.
La noticia despertó una serie de reacciones airadas en las autoridades colombianas, en ciertos sectores políticos y en la ciudadanía. El presidente venezolano Hugo Chávez, por su parte, criticó la noticia tildándola de “complot“. El editorial del periódico el tiempo, del 8 de marzo, optó por una posición más serena: “una tormenta en un vaso de agua”.
Siguiendo esa última idea, veamos las percepciones detrás de los discursos que este tipo de eventualidades despiertan. ¿Será que los principios de no interferencia o autodeterminación, terminan alimentando el imaginario de la diplomacia como un asunto de cortesía y “buenas maneras”, y no como o que es: un canal de diálogo entre los gobiernos?
Frente a ello, dos argumentos:
Primero, la diplomacia no es el único canal de comunicación entre los Estados, mucho más si comparten fronteras. Los flujos de personas, bienes, ideas, servicios, etc., constituyen canales “vivos” de interacción entre los países. La diplomacia, en tanto canal de comunicación político, trabaja sobre los anteriores flujos; bien sea para modificarlos, promoverlos o crearlos. De cierta forma, la idea de la autodeterminación de los pueblos o no interferencia, no debe prestarse para desconocer esos canales de comunicación que, por una parte, existen, y por la otra, en ciertos escenarios configuran una serie de mutua determinación.
Segundo, para comunicarse no es requisito estar de acuerdo. Cualquier diálogo se puede construir sobre acuerdos o sobre desacuerdos. En esa medida, aclarar las posiciones iniciales- poner las cartas sobre la mesa- como parte de las “reglas” de comunicación, puede ser un punto de partida interesante. La diplomacia son esas reglas de juego, en el nivel de la comunicación política. Cuando se le asume como la estrategia ha utilizar durante el diálogo, se le puede imputar una suerte principio de objetividad (no hablar ni mal ni bien) que corre el riesgo de llevar a la indiferencia. O peor aún, que los incidentes diplomáticos se resuelvan a puerta cerrada. Esto es, por fuera del conocimiento de las ciudadanías (de cada país involucrado) que, como se anotaba previamente, también pueden estar llevando a cabo otra serie de diálogos.
En conclusión, en el caso concreto, para los ciudadanos colombianos y venezolanos es más que evidente que sus gobiernos tienen orientaciones distintas - aún cuando, desde mi punto de vista, recurren a prácticas similares; ver “crisis, personalismo e institucionalidad”. Los respectivos gobiernos no tienen por qué ocultarlo, o molestarse cuando esas posiciones se presentan a la opinión pública. Como señalaba un amigo mío: “del choque de las ideas sólo se produce el sonido de la libertad”.

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